Que no nos roben la alegría

“Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas. Esta vez es posible que se quiebre ese círculo.”

Rodolfo Walsh

La historia tiende a repetirse, se ha escuchado siempre. Estos hechos se han demostrado desde 1955 hasta el 2003. Cuando los militares en alianza con los radicales derrocaron a Perón, no sólo detuvieron un gobierno votado por el pueblo argentino sino que además interrumpieron el proceso de mayor inclusión de la argentina con justicia social, independencia económica y soberanía política. Comienza allí la historia de gobiernos radicales y dictaduras cívico militares que culmina con De la Rua y la alianza, con una etapa anterior entreguista en los noventa del funesto gobierno menemista. El país para el 2003 era escombros, con profesionales que se iban al extranjero, con los índices de pobrezas e indigencia más altos en nuestra historia contemporánea, con trabajadores que ya no trabajaban, con chicos que ya no iban a la escuela, con viejos que se nos morían escupiendo injusticias y con la juventud que estaba descreída de la política.

Ese era el país del 2003, con la llegada de Néstor Kirchner todas esas injusticias se fueron revirtiendo y con la profundidad del proceso de la mano de Cristina Fernández el pueblo esperanzado en el 2003 ya está alegre. La reconstrucción de una Nación con un proyecto nacional y popular está andando, poco a poco las banderas históricas del peronismo se están llevando a cabo. Pero la historia tiende a repetirse, y hace dos años que el Grupo Clarín ha comenzado un proceso de desestabilización, ayudado por la Mesa de Desenlace -los mismos terratenientes que se quedaron con las tierras en la mal llamada campaña al desierto conjuntamente con los traidores a los pequeños productores-; por la Iglesia Católica comandado por Bergoglio y por aquellos que llegaron a la política por tener plata como Macri o De Narváez y por supuesto una izquierda estupida funcional a la derecha conservadora. A Magneto y Noble no les alcanzo con ellos y debieron acudir al hombre con más experiencia, en los últimos 36, años capaz de desestabilizar a los gobiernos. Ese hombre se llama Eduardo Duhalde. ¿Cuál es la experiencia del ex-presidente no elegido por el voto popular?

Analicemos un poco Duhalde llega a ser intendente de Lomas de Zamora en 1974, provenía de la democracia cristiana, porque el intendente elegido por el pueblo tuvo que renunciar forzosamente y las gestiones desde la provincia del inefable Victorio Calabró, lo depositaron en la intendencia de su municipio. Durante su período sucedió el más emblemático de los actos de la Triple A en el sur del Conurbano, “La masacre de Pasco” en la que asesinaron a nueve militantes peronistas que desarrollaban su trabajo en la zona en oposición a Duhalde, el intendente no electo.

Quince años después por voto popular fue elegido por el voto popular la fórmula presidencial Menem – Duhalde, y aunque quedaba pocos meses para asumir entre la inutilidad del gobierno alfonsinista para frenar los embates de las corporaciones mediáticas y de los grupos concentrados que manejan la economía del país que llevaron a la hiperinflación, surgieron –digitalizado por el entonces vicepresidente electo- los saqueos en el conurbano. Apurando de esta forma la salida inmediata de Raúl Alfonsín, de esta forma llegaba Duhalde a manejar el Senado de la Nación.

Dos años después de la derrota en las elecciones presidenciales de 1999, con la crisis de 2001 en plena ebullición –cabe recordar los saqueos a comercios en el Conurbano bonaerense, método conocido 12 años antes- y un enorme vacío de poder en el país, el entonces senador diseñó una estrategia para acceder a la Rosada. Y lo logró: ejerció la presidencia entre el 2002 y 2003. Sólo debió esperar la oportunidad tras la huída de De la Rúa. Pasaron otros mandatarios efímeros en pocos días hasta que alcanzó el consenso necesario para hacer realidad su deseo, ese que los votos le habían negado. Pero poco le duró la sonrisa porque él mismo luego de la masacre de Avellaneda, el 26 de junio de 2002, se vio obligado a dar un paso al costado. Seis meses después dejaría de ser el presidente interino. Y anunciaría su retiro de la política. Una mentira absoluta

¿Cuál es el contexto que lo lleva a Duhalde creer que es necesario en el país? Con la muerte de Néstor Kirchner, Duhalde sueña con recuperar el poder perdido. Lanzó su candidatura a presidente. No tuvo mejor idea –con cierto tufillo a provocación, que hacerlo el 20 de diciembre pasado, en el aniversario de la tragedia que marcó la caída de De la Rúa. Su eslogan es “Orden y Paz” como la de los militares cada vez que daban un golpe de Estado. Su lanzamiento coincidió con la toma del Parque Indo americano en Villa Soldati y horas antes de los desmanes de Constitución. Ya había pasado lo de Mariano Ferreyra, asesinado por el sindicalismo que el apoya y sostiene. Desde el gobierno alertaron sobre un posible intento desestabilizador y no dudaron en poner el foco en él.

Hoy el país está en pleno proceso de reconstrucción y a punto de romper, como dijo Walsh, esa historia que tanto se nos ha repetido pero hay gente que no quiere que el país transite por este proyecto, a “ellos” representa el hombre que dice que “sabe y puede” Pasaron 35 años de su llegada al poder en Lomas y casi una década de la crisis que puso fin al gobierno aliancista, pero Duhalde mantiene su estilo. Lo que no hay que olvidar es que sabe y que puede hacer.

La historia lo confirma. Duhalde responde y atiende a los intereses espurios de las corporaciones mediáticas, de la Iglesia, de la Sociedad Rural, de la burocracia sindical. Duhalde es mafia sin códigos. Duhalde es represión, es muerte. Duhalde es entrega del país. Duhalde es el pasado lleno de escombros. Duhalde es traición al pueblo argentino.

Que no nos robe la alegría.

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